sábado, 31 de marzo de 2012

Reseñas sobre Canto errante seguido por Memorial de agravios de Mercedes Roffé (1)

Vamos a reunir aquí la recuperación de las reseñas que aparecieron en su día del libro Canto errante seguido de Memorial de agravios de Mercedes Roffé en su edición Argentina. Comenzamos por la reseña conjunta publicada en Hablar de Poesía 9 (Buenos Aires, Noviembre, 2003) escrita por Armando Romero.



Mercedes Roffé, Canto errante, Buenos Aires: Tsé-Tsé, 2002
Memorial de agravios, Córdoba, Argentina, 2002.


Encontrarse con un poeta verdadero, hombre o mujer, es como volver a empezar. Retome de los orígenes, viaje a la semilla, fueron las palabras que circularon por la imaginación de poetas de la prosa y la poesía como Carpentier o Lezama. Pero también es un llegar, un terminar en la rosa del paraíso o en la Itaca florecida. Paradoja que nos da luz para ver al poeta que carga toda la tradición de la poesía (y sus rupturas) entre pecho y espalda. Es por esto que el hallazgo de una poeta de la calidad y profundidad de Mercedes Roffé me produce esa alegría que sólo producen los espacios abiertos, cálidos, al decir de Vicente Gerbasi. Silenciosa, limpia y clara, oscura e incisiva, la poesía es lo único que nos permite encontrar el camino en estos tiempos nebulosos, donde la prosa naufraga en el mar hambriento de los editores y sus prosistas de pie ligero.
Aunque publicados el mismo año, estos dos libros de Mercedes Roffé corresponden a dos visiones del ser y la poesía que confluyen en la intensidad de su búsqueda y encuentros, pero divergen, no sólo en tono y estado de ánimo, sino en la elección de un ver propio, particular. No son dos voces opuestas, sin embargo, sino complementarias de un hacer que hace de la esencia de la poesía su propia e ineludible verdad.
Ahora bien, ¿en qué geografía de la imaginación se inscriben estos fragmentos de un suceder alucinante, vidente? Los espacios en la poesía de Mercedes Roffé, que van del aire metafórico de Canto errante a la raspante realidad metonímica de Memorial de agravios se abren para darnos una respuesta que al formularse construye el poema. La fuerza, seguridad y certeza de la imagen hacen de Canto errante uno de los más hermosos libros que yo haya leído recientemente. Si el tono, como en algunos de los mejores poetas del siglo XX, puede sonar un tanto grandilocuente, lo es en la medida de su alcance, de su altura. Balance del ritmo, de la sentencia:



Hace no sé cuántos años se inició este viaje
ribera del sol ribera de la muerte
Como un velo se hunde hacia atrás en la memoria
aprendiz de destierro
oh espejo, luna del agüero
Desde qué monte preguntaré a las aguas el camino
ribera del sol ribera de la muerte
(CE, p.9)

La convocatoria de palabras que hace la poeta dibuja por sí misma los pasos que sigue el poema al convertirse en danza y canto: altar, templo, sacerdotisa, sacerdote, ocio, cáliz, rito, memoria, profecía, dioses, sangre, canto, cítara, laberinto, credo, blasfemia, deseo:



Ella dibuja su retrato en el filo de la noche
Ella conjura
Convierte
Invierte
Canta

Ella danza
Danza

Ella inaugura en su cuerpo la fiesta de los cuerpos
Ella invoca a aquellos
Que pueden alegrarse
Ella danza
Danza
(CE, p. 22)

Así, el rito no es sólo oración, ceremonia sagrada y misteriosa (“dónde si no será para mí la ceremonia”, dice en uno de sus poemas), sino danza, ofrenda del cuerpo al espacio. Lo interesante de esta proposición es que es visible y vivible en el hacerse del poema, en su factura. Mercedes Roffé crea su poesía desde lo sagrado y la palabra responde fiel a sus intenciones aunque corra veloz a la busca de otros significados.

Entonces, yo era yo como un pájaro
entonces yo era yo como un rostro
como una voz como la tormenta
y los árboles daban frutos como vientres
y ardían secos como la piel de los muertos.
Entonces yo era yo como una vara y la luz
y la tierra era sierras erectas o despeñaderos
el Valle o la Vía Láctea
y yo era yo el horizonte.
(CE, p. 21)

Ofidio el lenguaje se enrosca, se estira, se arrastra y salta a los ojos: la palabra ya no es una porque su realidad pertenece a los espejos de su piel, a las transformaciones y transparencias que logran unir lenguaje a ser. Y el hablante lírico, en sus metamorfosis, afirma la palabra como centro de constantes cambios en el poema. Si se hablaba de la alquimia del lenguaje, allá en los albores de la poesía moderna, aquí ya estamos frente a la verdad de esa piedra que es fundación y ceremonia.
De la memoria que busca objetos de un pasado atendido por el dolor y sus secuelas, a la memoria que se diluye lenta e inexorablemente como terrón de azúcar o sal en el agua, los poemas de Memorial de agravios se alinean para buscar en esta dirección su blanco o punto de partida.



Algo se le ha ido. Un tiempo que no estuvo.
Una especia, cuyo sabor se le escapa.
(MA, p.17)

Atreverse con el pensamiento poético, con el poema que va al margen de la reflexión, es tarea ardua, aventura a los abismos. Artaud y Char, extremos en la poesía moderna, tomaron esta ruta y por lo tanto devienen virgilios secretos en los pasos de Mercedes Roffé:



Un andar apresurado, torpe, confundido, feliz, desorientado.
Un pisar firme, seguro, alegre, decidido. Un darse de narices
contra el cielo.
(MA, p.24)

Ausencia, ¿qué podríamos decir de la ausencia, palabra que ya en la estridencia de sus vocales es un grito, un lamento contra la amarga realidad de su vacío?



Toda casa que se precie ha de tener
Una tela de araña
Un mortero
Un samovar y una ausencia.
(MA, p.37)

O del lenguaje que “se inflama y en cada exhalación se va, se deteriora” (MA,p.30)

Si lo encantatorio acompaña a Canto errante, es el dolor, la memoria desgarrante, la que nos visita en Memorial de Agravios. No es ya el deseo sino su ausencia, no el rito de los cuerpos sino el taladro del pensamiento, no la danza sino el estatismo de una mirada interna, implacable. Dice en uno de sus poemas: “La metáfora ha muerto./ Nada se parece a nada. (MA. P.26). Y un poco más adelante es todavía mas incisiva: “Se trata de fundar un vacío” (MA, p.28), afirma.



Esta necesidad imperiosa de partir de cero, de borrar toda huella reconocible, toda vía de escape, es una de las más inquietantes proposiciones de Mercedes Roffé, y la única salida que nos deja es hacia nuestro interior: relámpago que nos permite vislumbrar blanco sobre blanco.

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